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Categoría: Autores
Zuñiga Ariel
López Martínez Hugo
RESEÑA
Un tributo a los ideales y sueños de la ‹‹generación anónima››
La memoria de Elio
Hugo López Martínez
Méjico, D.F. Ediciones Sin Nombre – Universidad Tecnológica de Pereira,
2009 (172 p.)
Édison Marulanda Peña *
Ser escritor, docente universitario, vendedor de seguros o de planes de telefonía móvil no es razón suficiente para ser un maestro del arte de conversar. En el caso de Hugo López, llamado el ‹‹Che›› por su acento sureño, el interés por la historia y la literatura, por el fútbol y los asuntos cotidianos, por la política y el arte, por los amigos y montar en bicicleta –más que sus estudios en las universidades de Tolouse le Mirail y la Complutense–, han preservado el asombro, en este hijo del barrio Vista Alegre de Asunción (Paraguay). Un barrio de resistencia a la dictadura de Stroessner, donde cada 1º. de mayo se izaba la bandera en homenaje a la clase obrera. Aunque el primogénito del exdelantero del Olimpia, de la Selección Paraguay, del Deportivo Pereira y director técnico campeón con Nacional de Medellín, César López Fretes, y doña Eva Martínez, creció en una familia de clase media. Desde 1966 tomó por novia a la ciudad de Pereira, y es un amor que ha durado.
El ‹‹Che›› Hugo López es un observador de la ciudad. Sus miradas de los problemas complejos que acarrea el crecimiento, de los lugares y sus usuarios, las costumbres y el lenguaje de los grupos sociales, los va acumulando con paciencia de etnógrafo; hasta que un día los registra en crónicas breves como las que recopiló en el libro Huellas Urbanas (2002). Personajes de la élite local, algunas amigas artistas y gente del común también fueron material de su escritura, emparentada con el periodismo literario.
Sin mayor esfuerzo cualquier lector podrá percibir que varias de esas microhistorias sirvieron de materia prima para construir personajes y el espacio de su más reciente novela, La memoria de Elio.
Una obra que tiene elementos autobiográficos así como de su generación enmascarada con el nombre de ‹‹la generación anónima››. El narrador la convierte en un yo colectivo, que describe con los altibajos emocionales de sus jóvenes miembros, sus luchas e ideales políticos que los congregan para conversar en un lugar muy particular para hacer reuniones clandestinas: el garaje de la casa de citas de doña Carmen Corozo, que prestó sus servicios a las alegrías de la carne durante 34 años.
El espacio donde evoluciona la historia, Nueva Mercedes, es la misma ciudad imaginaria que está en su novela anterior Para saber quién soy (1995), laureada con el primer puesto del Concurso Nacional Aniversario Ciudad de Pereira.
En La memoria de Elio aparece la situación de quienes se quedan en un mismo lugar, sobrellevan una existencia monótona y carecen de audacia para emprender cambios en su vida individual o comunitaria. Como esos comerciantes que cada lunes bajo los mangos de la plaza, ‹‹en conjunto forman un puesto de control, son hombres ávidos de novedades, fuman, conversan, indagan, presagian acontecimientos, opinan sobre lo que sucede dentro y fuera de las casas, seleccionan, ponen a raya, inventan y eliminan rumores sobre quien ha renunciado a seguir la misma rutina, callarse porque todo va bien›› (2009: 13).
Son la antítesis de la ‹‹generación anónima››, entre quienes se cuenta un actor del radiodrama, un joven que abandona sus estudios de ingeniería civil porque descubre que su personaje, el Vampiro, y ‹‹la experiencia de la radionovela me ha cambiado la concepción del mundo››. La resistencia se traduce en sutiles denuncias sobre el régimen político, incorporadas al guión de cada capítulo que se emite a la media noche. No obstante el horario, los radioescuchas aguardan expectantes porque trae un aire de libertad esperanzador el escuchar al exótico personaje. Sin engañarse él mismo considera que ‹‹el trabajo de un actor de radionovelas consiste en divertir a la gente. Esa es además la filosofía de la emisora. El trascendentalismo es provocador, desnaturaliza la esencia del ser humano›› (2009: 102).
El despliegue que se le concede a la radionovela en esta obra y las reflexiones del actor que representa el Vampiro (Elio), expresan un entrañable tributo a la radiodifusión y su época dorada del género dramático.
Por otro lado, la novela hace patente el sinsabor del fracaso de la utopía, que unificaba a los miembros de la generación anónima; varios se han marchado de Nueva Mercedes por diversas razones, sin que circulen noticias de su rumbo. Otros sobreviven con empleos modestos y residen en la Pensión del Ferrocarril. De su rebeldía y luchas románticas perdura la evocación, mientras van a la cita con la vejez.
También está ‹‹el hombre de la moto roja››, Hilario, el comisario omnipresente que observa a los militantes de la generación; con sus recorridos frecuentes, se torna en una metáfora de la vigilancia estatal que intimida para mantener bajo control a quienes intenten o promuevan cambios políticos. ‹‹El hombre de la moto roja apagaba el motor frente a la pensión. Sabía quienes vivían allí. A distintas horas pasaba y se detenía. Unos minutos después arrancaba, a una velocidad estridente, le daba vuelta a la plaza sin desviar los ojos de la puerta de entrada a la Pensión›› (p. 57).
Desde el inicio de la historia aparece un periodista, Manuel Olivera, que funda El Aguijón. Se propone obtener el testimonio de quien fuera la principal protectora de aquellos jóvenes idealistas, doña Carmen, quien es madre soltera de Esperanza. Manuel cree, como todo narrador, en el poder de las historias y de las palabras. Siente que su misión consiste en escribir una serie de reportajes que preserven la memoria y los ideales postergados de esa generación, con el propósito de enterar y estimular a los jóvenes. Manuel simboliza aquellos seres que tienen el valor de partir y regresar tras mirar cara a cara sus sueños, con un pensamiento filosófico y el bagaje de experiencias que lo hacen más universal, sin que ello signifique renegar de su amor por la cultura local y su gente. Sin embargo sobre él recae la sanción social de la sospecha y cierta discriminación. ‹‹Un individuo cualquiera que por los mismos motivos de Manuel haya abandonado la ciudad por unos años, debe acostumbrarse que a su regreso las miradas seguirán auscultándole su pasado y que, inevitablemente, los malos comentarios buscarán marcarlo como alguien excéntrico y de mucho cuidado›› (p. 14).
En esta práctica de los hombres que invariablemente cada lunes, como un rito religioso, hablan al amparo de la sombra de los árboles de mango de la plaza, está reflejada una parte de la idiosincrasia colombiana: la retórica descalificadora, ejercer la maledicencia para negar el derecho a la diferencia. La imagen sintetiza alguien incapaz de formarse un pensamiento crítico y que banaliza la realidad desde el chisme o el rumor. Son hombres, no mujeres, quienes cumplen el papel de chismorrear en Nueva Mercedes, de intercambiar otra información: la de las vidas privadas.
Hugo López, sin ninguna pretensión erudita, muestra en las 172 páginas de esta novela –su primer original llegó a constar de 600 hojas digitadas– la consolidación de un estilo en el que prevalecen la sencillez y la precisión del lenguaje. Las oraciones muy breves separadas con punto seguido dan respiración abundante al texto; hay escasos destellos de una prosa poética en algunos capítulos. Cada personaje está bien provisto de cualidades, rasgos psicológicos y físicos.
La memoria de Elio plantea los conflictos que identifican una ciudad pequeña, donde una minoría lúcida y crítica –la generación anónima– desea introducir la modernidad; la mentalidad que desde el ámbito local debe ensancharse para exigir y acoger la democracia, emancipándose del miedo y la represión de los ciudadanos. Está el combate de las ideas dominantes Vs. las ideas de los disidentes, y aparecen principios caros a la masonería como la libertad de pensamiento, la tolerancia y la fraternidad que se prodiga dentro de la cofradía.
De la misma manera, se capta la intencionalidad decididamente política en la voz autoral (no olvidar que Hugo López Martínez se reagrupó con su familia en 1966, que ya estaba ‹‹exiliada›› en Colombia, y su padre César López Fretes había sido el único jugador con educación universitaria entre los integrantes de la selección paraguaya, y después fue un perseguido político), detrás del narrador. Por eso los miembros de la generación anónima luchaban secretamente por unas condiciones que hicieran viable la democracia real y sus valores. ‹‹En el país se vivía en un estado de sitio permanente. En la práctica eso significaba miedo, vigilancia, sospecha, dificultades para confiar en alguien›› (p. 55). El exilio está aludido en la encrucijada que debe resolver solo Manuel Olivera, el periodista investigador, quien dubita para hacer el viaje que le exigirá cruzar la frontera y tener que fundar otra empresa periodística, si decide cumplir un trato hecho con doña Carmen.
Esta novela publicada por Ediciones Sin Nombre –una editorial independiente de México, que dirigen el editor y crítico José María Espinasa y la escritora Ana María Jaramillo– y la Universidad Tecnológica de Pereira, es un homenaje a los compañeros de generación de López Martínez. Así mismo a las ideas que los estremecían, sin caer en la autoindulgencia. Por el contrario, el acíbar de la autocrítica puede sonar a desencanto generacional, cuando un personaje dice: ‹‹Quiero que Raúl entienda la frustración de nuestra generación. No hemos dejado nada para la historia del país. Ni un verso ni un grafiti››. Aquellos jóvenes hoy son hombres que están en el sexto piso, al igual que el gran conversador y novelista Hugo López.
Un cambio, que ya nadie parecía aguardar, irrumpe en el final de esta historia. Los integrantes de la generación, ya adultos y algo mustios, lo reciben con más escepticismo que alegría. ¿Por qué será que el reencuentro suele incumplir las promesas de los sueños con los que se alimentó la espera?
*Licenciado en Filosofía, periodista y escritor. Es docente transitorio del Departamento de Humanidades e Idiomas de la Universidad Tecnológica de Pereira. Primer puesto VI Premio Regional de Periodismo ‹‹Hernán Castaño Hincapié›› (2005). Autor de las biografías El cardenal Castrillón Entre la fe y el poder (Nueva América, 1999) y El cuarto poder soy yo. Vida y final del periodista César Augusto López Arias (inédita); algunos de sus escritos aparecen en la revista NÚMERO, Mi Ratón –revista on line de la Escuela de Español y Comunicación Audiovisual de la UTP–. Es columnista del diario La Tarde y dirige el programa semanal ‹‹Cantando Historias›› en la Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte 97.7 FM. Correo: edimar68@hotmail.com
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FILÓSOFO SONRIENTE
por: Arturo Guerrero
La filosofía dejó de ser fuerza cuando se divorció de la poesía y se dejó atrapar por la academia. Un filósofo es hoy tan insustancial como un ilustre jurista o un honorable congresista. Barbados, casposos, curvos, inventores de metalenguajes, estos figurantes de salones y tableros son, a lo sumo, terror de adolescentes aprendices. El mundo los ningunea como antiguallas.
Por eso es extrañeza que uno de ellos se sacuda la naftalina y enrostre a sus colegas con provocaciones como esta: «la academia hace olvidable lo extraordinario». Más asombro es que sea colombiano, de Pereira, y que en contraste con la academia proponga la verdad como lo inolvidable. En efecto, el origen de la palabra griega ‘aletheia’, verdad, alude a lo que no tiene olvido.
Julián Serna es hijo de la academia, doctor y profesor de universidades nacionales, españolas y alemanas. Sus casi sesenta años de edad le han alcanzado para publicar muchos libros de filosofías, con editoriales colombianas, mexicanas y españolas. En la Tecnológica de Pereira fascina a sus estudiantes de posgrado.
Ha estado y está en la academia filosófica, pero gracias al lenguaje se alzó como un heterodoxo. Será por eso que no pierde la sonrisa. Hace unos cuatro años optó por un género literario comprimido, muy emparentado con poesía. Es una variedad de escritura reservada a veteranos, a sabios con sedimento acumulado: el aforismo.
La semana pasada presentó en Bogotá el más reciente de sus tres tomos de aforismos, ‘Antítesis ’, publicado por Ediciones sin Nombre, de México, y en el acto definió estas frases de dos renglones como «el arte de decir mucho más de lo que está ahí».
Uno de sus dardos traza a la vez reproche a los filósofos casposos y reto que se autoimpuso: «que el intelectual adelante una crítica de la sociedad de su tiempo, habla de su ingenio; que el eco sea escaso, de su torpeza». Serna quiere tener eco porque sabe que su visión perturbadora de mundo e historia es alimento apremiante para el presente descarriado.
Sabe también que para conseguirlo debe proferir provocaciones, ocurrencias, palabras vagabundas, humor, ironías. Esto se lo permite el aforismo, proyectil portátil que viene cuando quiere y no cuando quiera el autor, como un poema. Es que en el sustrato fluye el lenguaje poético, «eslabón perdido entre los hombres y los dioses».