Juan Antonio Masoliver en México


“Como el pincel
de Villá detenido
en la pared del cuadro, así
la llave en la verja
de la casa: eso quiero
escribir: la laguna
en la niebla del alba
lo que la vida es en los ojos
del muerto, sus imágenes, y
preguntamos para oír
y escuchamos, en el silencio,
lo inmóvil de la eternidad.”

La casa de la maleza Juan Antonio Masoliver R.

JUAN ANTONIO MASOLIVER EN MEXICO
O
COMO LAS MUJERES SE PASEAN DESNUDAS POR LA CASA

Cuando tomé un libro de Juan Antonio Masoliver para apuntar algunas notas cayó de entre las páginas del El jardín aciago, publicado en una hermosa edición por Taifa/Poesía, un boletín de prensa de la presentación que se hizo en la Librería Pegaso el 23 de abril de 1996, que yo había organizado, del libro La sombra del triángulo. Releerlo me hizo el efecto de la magdalena proustiana: otros años, otros momentos que venían a mí como una interrogación. En el boletín se hablaba de La sombra del triángulo como el cierre de un ciclo narrativo, iniciado años antes con Beatriz Miami y Retiro lo escrito, algo que ahora ya no está tan claro como entonces, pues Juan Antonio, a quien todos llamamos Tono, ha seguido escribiendo una prosa siempre sorpresiva, inclasificable, deudora tanto del cuento y la novela como de la memoria y el diario. Y junto a ello el crecimiento de una hoy realmente extraordinaria obra lírica.

¿Cuándo lo había conocido? Yo creo que fue unos años antes, en una de sus visitas frecuentes a México, se hospedaba como un hecho cotidiano en el Diplomático, a la altura del Parque Hundido. Nos encontramos en un restaurante argentino, me lo presentó Juan Villoro. Es probable que mezcle otros encuentros en mi recuerdo, pues el tiempo perdido de Proust, cuando se nos aparece como recobrado, tiene esa manera de presentar la duración: con algo de simultáneo. Lo recuerdo escuchando la conversación que rondaba los pequeños pleitos literarios nacionales, las noticias sobre algún amigo al que se le había perdido la pista y las sugerencias de lecturas que valían la pena de lo editado recientemente. Masoliver publicaría poco después en Ediciones Sin Nombre una selección de los muchos textos que había escrito sobre autores mexicanos: Las libertades enlazadas.

No fue, sin embargo, El jardín aciago en el que me detuve ahora. Fue La casa de la maleza la que captó mi atención. En esa poesía ahogada, sin aliento, pero con respiración, donde lo que se define como maleza es todo aquello que el señor de la casa determinó de antemano que no debía estar allí en su jardín y que por una fuerza natural está. Así es su poesía: dura, resistente, tratando de captar “lo que la vida es en los ojos del muerto”, “la laguna en la niebla del alba”, “ la llave en la verja de la casa”, lo que Miguel Villá, pincel en mano captaba durante un año o más, tiempo que tardaba en elaborar un cuadro ante la mirada de Masoliver niño, “como el pincel detenido en la pared del cuadro”, así quiso, quiere y querrá escribir Tono, suspendido en el tiempo y en el espacio, sin pausa, incorporando poco a poco los pequeños cambios climáticos y dramáticos, capa sobre capa en el lienzo de la escritura, palabras sobre palabras, hasta que digan todo lo que allí ocurrió, dejando entrar todo, dejando colar la neblina como maleza. Pero ordenando aquel caos, haciendo una síntesis natural, poniendo el énfasis en otra parte.

Es así como se desvisten estas mujeres, aunque parece que nunca estuvieron vestidas, diosas de la desnudez que brotan como el matojo, no obedecen a los cánones ni son susceptibles a las podas. Ya antes habían llamado mi atención estás presencias femeninas casi míticas, pero ahora tomaron forma, verso a verso, mujeres impúdicas que con gran naturalidad se desplazan por todos los rincones. No es frecuente encontrar en la literatura aquel desenfado, en la poesía erótica se disimula esa procacidad con adornos estetizantes o supuestas sorpresas sexuales. Aquí, en cambio, se llama a las cosas por su nombre, creo que a su poesía la tiñe una pátina gris, como la neblina del alba, un color muy apropiado para el pesimismo –o mejor: desencanto- que yo percibía tanto en sus libros de prosa como en su persona.

Quedé suspendida en el tiempo y el asombro. Adelanté una teoría acerca de la niñez y la adolescencia del poeta, le inventé una historia para justificar la presencia de estas mujeres impúdicas. Con Masoliver siempre me he llevado bien, pero no suelo hacer preguntas personales, a no ser que esté entrevistando a un autor. Las confidencias deben venir solas, al ritmo del tiempo y si no se producen como tales no importa, a veces hay más intimidad con un extraño del que ni siquiera sabemos su nombre que con nuestros propios hermanos, a mí no me hacen faltan los datos personales para saber algo de alguien, simplemente lo invento.

Fue así como pensé que no era un desencanto quejoso ni autoflagelante el de Tono, al contrario, estaba marcado por una paradójica alegría de quien se sabe más allá de las veleidades de la vanidad y que la literatura poco tiene que ver con eso, aunque mucho, demasiado, con las actitudes de los escritores, incluso cuando han escrito obras importantes. En todo caso, no se parecía en nada a los tímidos intentos de la poesía erótica española emergente del franquismo, pero tampoco a la mucha más desparpajada latinoamericana. Podría buscar la razón en su conocimiento de la lírica italiana e inglesa, de pronto pensé que se debía a cierta familiaridad con las modelos del pintor Miguel Villá, a quien frecuentaba cuando niño. Imaginé un estudio poblado por mujeres que se paseaban, no en paños menores, sino simplemente sin paños, ante la mirada atónita del futuro escritor. Con el culo y las tetas al aire. No tenía datos para probarlo, simplemente lo imaginaba, y pensé que esa familiaridad con el cuerpo femenino lo predispuso después, cuando escribe sus poemas amorosos, a reflejarlo en el lenguaje de dos maneras: plástica y estilísticamente.

Es una relación orientada por el sexo femenino, por el coño, esa sombra del triángulo del libro que mencioné a propósito de la presentación hace doce años. Y que también está presente en En el bosque de Celia, único de sus poemarios que se ha editado en México. Pero no creo que esa relación sea bien descrita si se le llama metafórica, al contrario, creo que es bastante realista, a veces cruda y gris, como puede ser la desnudez en la pintura de Lucien Freud, por ejemplo.

En todo caso, después de una búsqueda en Internet, sólo encontré un par de paisajes y una naturaleza muerta, que me revelan en Villá un postimpresionista de gran calidad. Ahora sé que el pintor no ha hecho desnudos y que yo no sólo le inventé cosas a Tono, sino a una persona que no conozco. De todas maneras me gusta imaginar a Masoliver observando modelos desnudas que se desplazan, retozan, descansan, se recuestan sobre la ventana, se abandonan en el quicio de una puerta; fantasmas muy reales de la memoria.

Me agrada esa mirada directa, casi indiferente, y eso sirve para que su poesía amorosa no tenga el tono de canción ranchera que no se atreve a decir su nombre o de tango o bolero cantado en cierto momento de la borrachera. Tanto el dolor como la alegría están en el poema con intensidad, con una explosividad interiorizada, muy personal, que es uno de los rasgos de su obra. Si nació de observar a un pintor a las afueras de su casa pintando paisajes marinos está bien, sobre todo si ese pintor le dijo alguna vez, en la España franquista, en aquel pequeño pueblo de Masnou, que el sol era dios.

Ana María Jaramillo